
Es noticia que un jurista de largo recorrido —que ahora ejerce de magistrado del Tribunal Constitucional— como Enrique Arnaldo Alcubilla haya dejado el Derecho de lado para publicar un originalísimo ensayo sobre el deporte en la literatura. Es el título del libro, editado por Espasa, que define perfectamente el contenido. El deporte es un hecho literario, por más que un sector minoritario de la intelectualidad lo haya postergado y minusvalorado, incluso algunos de sus representantes hayan reprimido su afición. El deporte es un hecho literario desde el mundo antiguo. Lo comprobamos en la «Ilíada» de Homero cuando narra los juegos fúnebres de Patroclo, en el «Gimnástico» de Filostrato, en los «Epinicios» en los que Píndaro canto a los vencedores de los Juegos Olímpicos, también en Aristóteles o en Séneca. En la Baja Edad Media, tan oscura como ignota, encontramos algunas referencias a los torneos entendidos como competición deportiva en el «Cantar del Mío Cid», por ejemplo, pero aquellas se multiplican en la Edad Moderna, en la que continúan como deportes dominantes las carreras de velocidad, las de caballos o los juegos de fuerza, aunque fue por entonces cuando nace el tenis —como cuenta Álvaro Enrigue en «Muerte súbita»— y se intensifica el juego de pelota. Los nombres que escriben por entonces de distintas manifestaciones deportivas son los grandes: Cervantes en «Los trabajos de Persiles y Segismunda», o Camõens en «Os Lusiadas», o asimismo Shakespeare que ironiza en «La Comedia de los errores» sobre el juego de pelota, Góngora o Calderón.
En el mundo contemporáneo como escribe Richard Ford, en su aclamada novela «El periodista deportivo», «los deportes son el paradigma de la vida», y es, probablemente, el sentido que expresó el Nobel Albert Camus cuando dijo aquello de que «lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol». El siglo XX de hecho se convierte en el siglo del deporte, y continua en el que nos encontramos, pues la sociedad se ha deportivizado.
La literatura contemporánea se centra en dos deportes que son los, que atraen la mayor atención: el fútbol y el boxeo. En el primero citamos a Vázquez Montalbán,Pier Paolo Pasolini, Javier Marías, Galeano o Sacheri; en el boxeo a Guy Talese, David Gistau, Cortázar o Joyce Carol Oates. Pero la literatura es plural y abarca otras modalidades como correr, en Murakami; la natación, en Soledad Puértolas; el surf, en William Finnegan; el golf, en Wodehouse o Updike; el ciclismo, en Dino Buzzati; el tenis, en «Open», de Agassi, o en «El tenis como experiencia religiosa» de David Foster Wallace; las carreras de caballos, en Fernando Savater o en Hemingway; el béisbol en Leonardo Padura o Paul Auster; la esgrima en Pérez Reverte; el rugby en John Carlin o la pelota vasca en Unamuno o Pío Baroja.
El deporte puede ser el eje central del argumento de una novela. Arnaldo nos pone ejemplos de la mejor literatura, desde «Fiebre en las gradas», de Nick Hornby hasta «La soledad del portero ante el penalty», de Peter Handke, la serie de Philip Kerr con «Falso nueve» o «La mano de dios»; el delicioso libro del equipo modesto que llega a la cúspide en el más importante torneo británico, «Cómo llegamos a la final de Wembly», de J.L. Carr; «Saber perder» de David Trueba; las citadas memorias con el título de «Open» de André Agassi; o la muy reciente de Gervasio Posadas, «El fracaso de mi éxito». Por supuesto hay muchísimas más.
El deporte, nos cuenta también Arnaldo, el magistrado convertido en escritor, presenta una multitud de vertientes, es decir de formas de ser entendido en la literatura. El más extenso capítulo de su libro se dedica precisamente a mostrar las diferentes perspectivas en que el deporte se plasma en los libros: como ejercicio físico, como afición que puede derivar en pasión y hasta en obsesión, como simple evasión o entretenimiento, como religión (laica, eso sí), como parte de la educación que se entiende abarca también el cuerpo, como instrumento político al servicio de una o de un líder carismático, como símbolo o bandera de un país, hasta como manifestación del arte o como magia o incluso como signo social que distingue a un grupo respecto del resto... El deporte es poesía, es narración de hechos... El deporte está constituido por reglas, pues hay un derecho deportivo que vela por la realización de los valores del deporte que se compendian en el concepto de deportividad, de fair play, que es la traducción en ese ámbito de la idea de justicia.
El libro «El deporte en la literatura» nos proporciona un extraordinario aprendizaje sobre lo que aquella actividad comporta para el equilibrio y el bienestar individual y social. Y a los juristas nos enseña que la Justicia con mayúsculas tiene mucho que aprender de los valores que el deporte representa.